domingo, octubre 10, 2021

Conociendo a Nuestro Almirante

 

Con el Permiso del Gran Almirante Miguel Grau

Nuestro gran Héroe Peruano Universal

¡En Homenaje al día de su inmolación un día como hoy 8 de octubre de 1879!

 Conociendo a Nuestro Almirante


Desconocida historia de su vida...sus pensamientos...la vida de sus hijos cuando crecieron...la vida de su Mujer después del Combate de Punta Angamos, su Muerte y la última entrevista a su Viuda... María Dolores Cabero de Grau.

Historia no conocida… pero que explota de increíble

 LOS HIJOS DEL ALMIRANTE

Grau al inmolarse dejó un hijo de 9 meses y el mayor apenas 11 años de los 10 hermanos. El Perú le otorgó una vivienda propia a la viuda. El Hijo del héroe, Rafael Grau, es asesinado en Apurímac en una gira política y en 1917 Miguel Grau y Cabero es deportado a Australia. Doña Dolores residió años en Francia y un paro cardíaco le quitó la vida en 1926. Los restos de ella descansan en la Base Naval del Callao.

 JUNTOS EN LA VIDA Y LA MUERTE

VICISITUDES DE LA VIUDA DE GRAU

Doña Dolores Cabero Vda. de Grau, nació en Lima en 1841 y falleció en 1926 a los 82 años de edad, víctima de un súbito infarto cardíaco. La historiadora Ella Dumbar Temple, dice que falleció a los 85 años de edad, en su casa de la calle Sagastegui, actual jirón Azángaro, altura de Los Huérfanos, es decir 47 años después de la violenta inmolación de Grau. La viuda es una de las muy pocas personas relacionadas con los héroes de la guerra que mereció la atención y justo socorro del estado peruano. Sus padres fueron, don Pedro Cabero Tagle Valdivieso, Vocal del Tribunal Mayor de Cuentas de Lima (1819-1869) y doña Luisa Núñez Navarro.

Dumbar Temple, añade que doña Dolores, estaba vinculada a las familias de mayor figuración social de la época y figura en la relación de 50 damas principales, que la Municipalidad de Lima designó en 1879, para recaudar fondos para ambulancias y damnificados de la guerra.

El matrimonio de doña Dolores y Miguel Grau se realizó el 12 de abril 1867, en la Parroquia el Sagrario de la Catedral de Lima.

Los padres del héroe fueron Juan Manuel Grau y Berrío, Teniente Coronel 1799-1865 y doña María Luisa Seminario del Castillo 1810. Grau y su esposa se conocieron en el entonces exclusivo, histórico, romántico y bullicioso Jirón de la Unión, justo a la entrada principal de la Iglesia de La Merced, y frente a la estatua actual del mariscal Ramón Castilla.

Después del noviazgo, se casaron el 12 de abril 1867, cuando el novio tenía 33 años y ella 23. Del matrimonio tuvieron 10 hijos, pero solo sobrevivieron 8: Enrique Grau Cavero; Juan Manuel Pedro Blas Oscar Grau Cavero; Ricardo Florencio Grau Cabero; Carlos Pedro Grau Cabero; Rafael Leopoldo Grau Cavero y otros 4

Miguel Grau Cabero fue el último hijo sobreviviente, del héroe de Angamos, nacido el 23 de enero de 1879 y fallecido el 31 de octubre de 1976, a los 97 años de edad.

El 9 de octubre de 1925 la revista limeña “Mundial” del 9 de octubre publicó esta entrevista del abogado y periodista Edgardo Rebagliati a la anciana, viuda del héroe Miguel Grau Seminario, donde le revela la absoluta convicción que Grau, sabía que estaba predestinado para la muerte, para el sacrificio por el Perú, mientras los políticos llevaban al país al desastre con sus medidas desatinadas, sus mezquindades, mediocridad e ineptitud.

Con la miopía y sordera de no saber cautelar la seguridad y riquezas del Perú, con la compra de dos buques que pedía el Héroe de Angamos….

 ERA FINO COMO POCOS, DULCE Y SUAVE

Pero antes, veamos la definición del perfil de su personalidad de Grau, del padre de familia y esposo, que inspiró a la viuda del Caballero de los Mares y de quien solo conocemos como marino y héroe... lo define para gloria y ejemplo del Perú, como un hombre cabal, tolerante, amable en el hogar y de dura disciplina a bordo del mando del Huáscar.

¿Era de buen genio el héroe? se me ocurre preguntarle a guisa de iniciación conversadora.

-DC: Un hombre fino como pocos. Dulce, suave, nunca lo vi descomponerse ni poner en la casa la nota grave de su desagrado. Pero, eso sí, en su barco era tremendo. La disciplina había de cumplirse a toda costa.

Muerto Miguel Grau en Angamos, en el más grande episodio épico de la historia de las guerras navales de América, el gobierno peruano decidió atender rápidamente las necesidades de su viuda doña Dolores Cabero y en efecto, decidió otorgarle en donación una vivienda donde viviría con sus hijos.

Sin embargo, vendrían épocas en que una gama de vicisitudes, contrariedades y tragedias, afectarán profundamente a doña Dolores, sobre todo, el asesinato de uno de sus hijos, Rafael Grau y la amenaza de prisión y deportación del Miguel Grau Cabero.

Otro de los contratiempos que sufrió doña Dolores fue el hecho de viajar en plena guerra con Chile a ese país a visitar su hermana, casada con el comandante de marina chileno Óscar Viel y Toro en 1882.

Posteriormente hará otros viajes a Chile al final de la guerra y hubo muchos sectores en Lima que estuvieron en contra de esos viajes e incluso, no faltan periódicos y voces irracionales, que piden cortarle la pensión que le había otorgado el gobierno.

Pero todo este oleaje de malas interpretaciones se disipa y la pensión lo mismo que la casa, donada es una entrega irreversible. El periodismo reconoce el sacrificio, la entrega de la vida del héroe.

 EN CHUCUITO DURANTE INVASIÓN

Pero, la vida de la viuda no es fácil tras la muerte de Grau. Durante la guerra con Chile ella prefirió vivir alejada de Lima y se fue a la Punta, Callao.

Ella revelaba que cuando Chile invadió Lima, durante la ocupación se refugió, en Chucuito en casa del señor Pedro Gallagher, una vivienda de madera donde pagaba cuatro soles mensuales de arrendamiento. Allí vivió con sus hijos durante toda la invasión chilena.

Cuando termina la invasión, le conceden una pensión y le obsequian una casa. Le llamaban la casa del Consulado, en la calle Mercaderes, en pleno jirón de la Unión en el centro de Lima.

“Allí tenía como inquilino, en los bajos, a la litografía Fabri, a quien yo le cobraba el arriendo, creo que eran ocho libras. En los altos estaba el fotógrafo Ugarte (o Ugaz), que no me pagaba, que se demoraba en pagar, cuatro libras; hacían doce libras. Ella tenía pensión de cinco libras”.

CONSEJO DE FAMILIA PARA CRIAR A SUS HIJOS

Uno de sus grandes problemas es criar a sus niños y su hermana María Luisa no es suficiente para ayudarla en la crianza, entonces, el 25 de octubre de 1886 un juez convoca a un consejo de familia para  “nombrarle un guardador provisional”.

El periódico La Época, publica el 30 de octubre de 1886 que este consejo lo integran: Cristina Cabero de Michels, Mercedes Cabero de Soyer, Dolores Cabero viuda de Grau, hermanas legítimas, y Manuel Cabero, tío carnal de María Luisa.

Para entonces en la vivienda de la Calle Lezcano (Jr. Huancavelica) hogar primigenio de la familia ya ha quedado pequeño porque sus hijos han crecido y ahora viven sus preocupaciones personales.

ASESINATO DE SU HIJO RAFAEL GRAU CABERO

Uno de ellos, Rafael Grau, es abogado y político. Y será al mismo tiempo, una de las primeras víctimas de la violencia política peruana que no discierne, y se bestializa. Rafael es asesinado el 4 de mayo de 1917 en una gira política por Cotabambas, Apurímac, por cuya provincia había sido elegido diputado (1905 - 1917). También fue alcalde del Callao.

En una gira proselitista por pueblos de Cotabambas, buscando su reelección parlamentaria, murió asesinado durante una refriega desatada por los partidarios de su opositor político Montesinos, que fue liberado pero el gobierno destituyó al juez y apresó al responsable.

En nombre de Rafael Grau la antigua provincia de Cotabambas, pasó a llamarse Provincia de Grau, por ley N.º 4008 del 4 de noviembre de 1919.

El país se conmocionó con su asesinato y se acusó, buscando culpables políticos, al presidente José Pardo y Barreda, de ser el autor intelectual del crimen, pero dicha acusación era falsa.

Su hermano Miguel Grau, Cabero responsabilizó al gobierno de José Pardo, pero Basadre, lo exculpa del asesinato.

APRESAN Y DEPORTAN A MIGUEL GRAU CABERO

Posteriormente su hijo Miguel Grau Cabero, es acusado de participar en un complot en contra del presidente Augusto B Leguía, quien ordena su prisión en Lima.

Este nuevo drama caló muy hondo en doña Dolores Cabero de Grau, que ya había sufrido el dolor de la muerte de su hijo primogénito.

Ella, indignada, envía una carta al presidente Leguía recriminando su accionar político contra su hijo Miguel Grau:

“No, no, no. Yo jamás hice méritos de mi nombre, como no hubiera querido hacerlo del de mi hijo, porque en mi hogar se creyó siempre que la gloria del padre, más que satisfacción, es abrumadora obligación ciudadana para los descendientes; pero ahora lo hago porque siento también ofendida la gloria de mi esposo, que no aceptó ninguna humillación para la patria y que supo, como saben mis hijos, hasta dónde hay que ir por defender el honor de la nacionalidad”.

 TENDRÁ QUE ESCUCHARME, SEÑOR PRESIDENTE

“Usted tendrá que escucharme, señor presidente, hasta por lealtad, porque es por Miguel Grau, por quien reclamo, es el mismo que antes de que fuera usted presidente, y con motivo de la lucha electoral, se puso a su lado alguna vez, para rechazar con peligro de la vida, los asaltos sangrientos de los contrarios.

Yo no puedo convenir por más tiempo en que, olvidado usted de todo, se mantenga esta situación que tiene, para mi angustia, muy negros presentimientos.

Yo perdí, señor, a mi hijo Rafael vilmente asesinado, pero los malvados que ejecutaron el crimen, no empezaron por reducirlo a la impotencia y se expusieron a algo más que al baldón, se rifaron la vida miserablemente”.

 RESPUESTA DE LEGUIA

“A pesar de no haber recibido el original de esa carta, falta que debía inducirme a prescindir de ella, cedo a la consideración que me merecen el noble sentimiento de entristecida madre que la origina y los recuerdos del nombre que usted evoca, para contestarla, sin reparar en los términos con que me expresa usted la ternura de su demanda.

Considero un justo precio las inquietudes con que la conducta de su hijo aflige hoy su respetable ancianidad … Doloroso es, señora, verse en el caso de decirle a una madre que su hijo es culpable, y este dolor es para mí aún mayor, porque la conducta de Miguel es uno de los más penosos desengaños de mi vida…”

Sin embargo, Miguel Grau Cabero es deportado en 1921, con otros militares y civiles, en el buque Paita, con rumbo a Sídney, en Australia, pero gracias a los mismos exiliados, desembarcan en Punta Arenas, Costa Rica.

PLEBISCITO PARA TACNA Y ARICA

El domingo 15 de marzo de 1925 la viuda de don Miguel Grau iba sola en una gran manifestación pública en Lima en la que participaban otras damas, esposas de otros héroes y familiares como parte de las marchas ciudadanas por la reincorporación de Tacna y Arica al Perú. El plebiscito estaba previsto en el tratado de Ancón, pero los chilenos se encargaron de trabar a toda costa y nunca se realizó.

La ciudad estaba cubierta de banderas y se hallaban en aquel acto patriótico familiares de algunos héroes de la guerra... María Luisa Grau; ‘Panchita’ Bolognesi, sobrina del héroe de Arica; Zoila Aurora Cáceres, hija del mariscal Andrés Avelino Cáceres, héroe de la Breña; y una de las señoritas Porras Cáceres, ¡nieta del valiente soldado de la Tremenda campaña de la Breña!

La viuda de Miguel Grau, iba sola y en carruaje cubierto de banderas, con los colores patrios.

LOS VIEL Y CABERO

En la década de 1870 doña Dolores había visitado a su hermana en Punta Arenas, Chile pues los Viel, el comandante chileno es cuñado de doña Dolores y él suplica a la viuda que viaje a Chile, con sus hijos. Ella, viaja a ver a su hermana y se levantan voces de indignación contra la viuda.

El periódico El Canal, en diversos artículos critica a la viuda Grau por su viaje a Chile con sus hijos.

Este periódico pasa a mayores excesos y propone retirarle la pensión “porque no merece semejante muestra de distinción”.

El periódico chileno “La Situación” del 17 de mayo de 1882, informa en su sección “Crónica” que “dos hijos pequeños del almirante Grau habían llegado a Chile en el vapor del mismo nombre y se encontraron hospedados en casa del capitán de navío don Óscar Viel, su tío político.”

 “El Comercio”, el 4 de diciembre de 1894, reproduce una noticia del sur:

“La Patria” de Valparaíso, del 18 de noviembre, dice: “desde ayer se encuentra en Santiago el señor Óscar Grau, hijo del contralmirante peruano don Miguel Grau, que tan brillante papel desempeñó en la Guerra del Pacífico. Saludamos al distinguido huésped, deseándole feliz estada en nuestra patria”.

SUS VIAJES A FRANCIA

En 1909,1912, 1914 y 1916 aparecen nuevas disposiciones legislativas referidas a viajes de la viuda de Grau a fin de que estando fuera del Perú pueda cobrar su pensión que le corresponde. Esta vez ella viaja en varias ocasiones a Francia donde incluso permanecerá muchos años con sus familia y será testigo de la violencia de la guerra y del fallecimiento de una de sus hijas, con cuyo cadáver, regresara en plena primera guerra mundial corriéndose el riesgo que su embarcación sea atacada.

El 31 de octubre de 1909 el Congreso dispone prorrogar a un año la licencia, para doña Dolores Cabero para residir en el extranjero, (Francia).

En agosto de 1909, Óscar Grau solicita, en nombre de su madre, licencia por dos años para residir fuera del país y en 1912 la situación de Miguel Grau y Cabero en representación de su madre viuda de Grau, solicita se le prorrogue indefinidamente la licencia que le ha concedido el Poder Ejecutivo para residir en el exterior. La Comisión, considera atendible la mencionada solicitud.

En 1914, Miguel Grau Cabero refiere de su madre: “que necesitando residir por algún tiempo más en Francia por exigirlo así el delicado estado de salud y el tratamiento médico a que está sometida”, solicita prórroga de dos años, que se aprueba el 30 de octubre de 1914.

En 1916, el mismo hijo Miguel dice: “Que residiendo en París, desde hace algunos años por causa de enfermedad, mi referida señora madre, acudo a V.E. solicitando una prórroga de la licencia por dos años más.”

VIAJO CON SUS DOS HIJAS EN 1907

En 1907 Doña Dolores viajó a Francia, en compañía de sus hijas solteras, María Luisa y Victoria, no se sabe por qué motivos, aunque posiblemente fue por razones de la salud de Victoria la cual falleció en París el año 1914, al inicio de la Primera Guerra Mundial.

En París permanecieron hasta 1917, retornando al conocer el asesinato de su hijo Rafael Grau Cabero. Es decir, que vivieron durante nueve años en Francia donde padecieron las zozobras de la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, decidieron el peligroso viaje de retorno, y al volver lo hicieron con los restos de Victoria Grau Cabero a quien sepultaron en Lima.

Doña Dolores murió 1926 cuando gobernaba el presidente Leguía. La casa donde vivió quedó liberada del pago del Impuesto. Dicha vivienda estaba ubicada en la Calle Sagastegui, de la parroquia de Los Huérfanos. Ni una placa municipal indica o refiere este suceso.

CON LAS  30 LIBRAS VIVÍA DE RENTAS

En sus últimos años de vida ella logró una vida más disipada con su casa propia y su pensión que le otorgó el estado peruano y como debió hacerlo con todos y por favores, sino por la muerte de Grau, en acto de guerra.

A esa pensión se sumaban sus arriendos que le reportaba hasta 30libras mensuales, suficientes para vivir con bastante desahogo pues incluso, le enviaba dinero a uno de sus hijos en Bruselas.

Miguel Grau Wiesse, nieto del almirante, la recuerda como “una mujer tranquila, muy tranquila, [que] hablaba poco, nunca se molestaba, no reñía, muy suave”.

De su vida después de Angamos: “Después mi abuela tenía una casa propia en la calle Sagastegui, desde antes del matrimonio. Esa casa de Sagastegui, mi padre cuando vive con ella la restaura y hace departamentos y tiendecitas que le daban una renta. Ella reunía casi treinta libras, y con treinta libras la abuela se daba el lujo de tener chofer, carro Renault chiquito, un departamento en la calle El Tren, en Chorrillos, donde ella pasaba los veranos, y podía mandarle a mi padre, (Miguel) a Bruselas, seis libras mensuales y con seis libras mensuales mi padre vivía en Bruselas con sus cuatro hijas”.

LA MUERTE DE LA SEÑORA VDA. DE GRAU

El martes 23 de febrero de 1926, “El Comercio” informa de la muerte de doña Dolores Cabero de Grau: “De más de ochenta años de edad, hasta momentos antes de su desaparición y en estado completamente normal, había estado departiendo, con la afabilidad que le era característica, con los miembros de su familia.

Serían las 8 de la noche, más o menos, cuando la señora Dolores se desplomó en el sofá en que tomaba descanso. A las voces que dieron las personas de su familia que en esos momentos la acompañaban, acudieron los que estaban en las habitaciones vecinas, mientras por teléfono, unos, y personalmente otros, llamaban a distintos médicos.

Por desgracia, toda atención facultativa era inútil: un violento ataque al corazón había privado la vida a la viuda del contralmirante Grau, y nada quedaba por hacer.

Sus deudos que se encontraban rodeándola y que eran su hijo don Enrique, su hija política la señora Elena Price vda. de Rafael Grau, y sus nietos, la señorita Luisa Grau y Filomena Grau Astete, y señores Miguel Grau Wiesse y Óscar Grau Astete tomaron en brazos el cadáver de la señora Dolores y lo condujeron al lecho que había sido de su uso”.

 JUNTOS EN LA VIDA Y LA MUERTE

“El 19 de diciembre del 2013, estas dos vidas que se amaron sin condición, se unieron para siempre en la muerte, cuando los restos de la señora Dolores Cabero fueron trasladados desde el cementerio “Presbítero Matías Maestro” a la Cripta de la Escuela Naval del Perú, para ocupar el mismo lugar donde reposan los restos del Héroe de Angamos, Almirante del Perú, Don Miguel Grau Seminario.

GRAU PIDIÓ DOS BLINDADOS PARA LA GUERRA

El historiador Ricardo Cuya Vera tomando como fuente al historiador José Agustín de la Puente Candamo dice que éste es quizás quien ha escrito las páginas más exactas de la familia de Miguel Grau después de su muerte en Angamos.

“No olvidemos que, al momento de lo sucedido en Punta Angamos, el último hijo de Grau tiene apenas nueve meses de nacido y el mayor cuenta con once años”.

Imagínense, lectores, un hombre con una decena de hijos pequeños, todos niños e infantes, renuncia a la vida de padre y esposo y se entrega con los brazos abiertos, a pecho descubierto, a desaparecer en pedazos producto de estallido de una bomba de guerra.

Mientras antes, los políticos decidían si se compraba o no los dos buques que pedía nuestro ínclito almirante antes de ir a esa guerra, en la que él sabía que iba a morir.

Grau había pedido como alto oficial de la plana mayor de la marina la compra de los dos blindados y el presidente de entonces Manuel Pardo desoyó esa petición, dijo que no necesitábamos esos dos buques y que ya teníamos dos blindados que se llamaban Argentina y Bolivia, creyendo de esa forma, estar seguro que era imposible una invasión de Chile, esperanzado en Argentina y Bolivia.

Esos fueron los políticos que mandaron al matadero, al abismo, a la muerte segura a Grau.

LA ENTREVISTA A LA VIUDA DE GRAU

Reproduzco esta histórica y única entrevista a la honorable viuda del distinguido y ejemplar héroe máximo del combate de Angamos, don Miguel Grau Seminario, el comandante más ilustre del Huáscar y ejemplo de heroísmo en las lecciones de las guerras navales.

En la revista “Mundial” edición del 9 de octubre de 1925, apareció esta entrevista que Edgardo Rebagliati, le hiciera a la anciana viuda del héroe Dolores Cabero:

“En el día del patriótico rumor de la jornada de Angamos, yo he querido singularizar la memoria de la portentosa efeméride. Allí, guardados en un relicario familiar, están los trofeos del marino insigne.

Está la espada de oro y brillantes que las damas peruanas de Francia le obsequiaron como premio a sus sorprendentes correrías marinas, están las medallas que de innumerables ciudades le remitieron con amorosa devoción admirativa.

Están los anteojos que alguna vez calaron sus pupilas para avizorar en el mar la huella borrosa y negra de las chimeneas enemigas, están los álbumes en que firmas selectas de la América y corazones enardecidos le enviaban a manera de estimulantes abrazos por encima de las distancias, están sus retratos y están todos sus añorantes artilugios.

Y para que la escena evocadora sea cabal está la viuda, la que compartió el tálamo con él, la que veló su sueño, la que escuchó su aliento, la que acarició sus cabellos y lo reconfortó en las breves y ligeras horas de tregua.

Doña Dolores Cabero tiene la expresión de las damas serenas y generosas. El peso de los años no encorva todavía su figura prócer ni descompone la brillantez de su cerebro.

Va y viene por la estancia, en donde mi visita se desliza, con desenvoltura juvenil. Cita episodios y determina fechas y nombres con sorprendente exactitud. Es amable, le retoza el espíritu y al observar su indiferente majestad y constatar su bondadoso interior brota arrulladora la idea de sus amores con el Almirante.

COMO ERA GRAU ESPOSO Y PADRE

¿Era de buen genio el héroe?, se me ocurre preguntarle a guisa de iniciación conversadora.

-Un hombre fino como pocos. Dulce, suave, nunca lo vi descomponerse ni poner en la casa la nota grave de su desagrado. Pero, eso sí, en su barco era tremendo. La disciplina había de cumplirse a toda costa.

¿En qué época fue su boda?

-El año 1867. El matrimonio se efectuó en Lima en una casa de la calle de Belén.

¿Qué graduación tenía entonces?

-Era capitán de navío.

¿Y usted recuerda sus conversiones íntimas a raíz de la guerra?

-Él me decía que la causa del Perú no tenía muchas probabilidades de salir triunfante.

Cuando salió del Callao a sus extraordinarias y fabulosas correrías por el sur, ¿no le daba a entender el temor de la caída?

-Él repetía siempre que los pocos buques nuestros no podrían nunca sostener un combate con los blindados chilenos. Del «Huáscar» decía que:

“Era un insignificante buquecito”.

-Y sin embargo con esa nave insignificante asombró al mundo con sus proezas.

-Pero murió en Angamos y se perdió con su muerte y la captura del «Huáscar» la última esperanza nuestra en la marina peruana.

-Antes de marchar a su último viaje, ¿no dio el Almirante señal de comprender la gravedad del peligro que corría?

-Miguel sabía que la muerte iba tras de su buque y me acuerdo que antes de su postrera salida del Callao se confesó, arregló todos sus asuntos y me entregó una carta cerrada y tomándome la promesa de abrirla sólo en el caso de que dejara de existir.

¿Y esa carta?

-Como él lo quiso, sólo fue abierta al confirmarse la noticia de su caída en el combate.

¿Pudiera mostrarme ese precioso documento?

-En ella sólo había disposiciones de carácter familiar y poco interesante, por lo mismo, para los extraños.

¿Cómo y cuándo supo usted de la muerte del Almirante?

-La primera noticia la recibí en mi casa de la calle de Lezcano por intermedio de Carlos Elías. Al principio sólo se me dijo que estaba herido y poco después un ayudante del general La Puerta me informó oficialmente en nombre del gobierno de la desaparición de mi esposo.

-El día de la triste noticia… ¿quiénes estaban a su lado?

-Mis hijos, mi madre y una hermana de Miguel.

¿Recibiría Ud. expresiones de condolencia de muchas partes?

-Fueron tantas que no podría recordarlas. Venían las tarjetas de pésame de la república y del extranjero. Recibí álbumes, medallas, diversas demostraciones de adhesión a mi duelo.

-Y de reverenda a la gloria del héroe.

-Es cierto, porque todos me hablaban de él y de su heroísmo.

-Cuando lo nombraron Almirante de nuestra pequeña flota ¿se envaneció el bravo marino?

-Él era muy modesto y más discreto. Jamás quiso poner al tope de su nave la insignia de Almirante, ni aceptó usar el uniforme que le correspondía. Mi madre le obsequió una gorra cuya ornamentación respondía a su rango y él la dejó en Lima.

 Alguien le habló de la conveniencia de enarbolar en el «Huáscar» su insignia, pero él rechazó la idea porque juzgaba sin importancia ese detalle y porque le parecía infamante que llegado el caso de hallarse el monitor frente a la escuadra de los blindados chilenos no pudiese empeñar, por su inferioridad, combate igual y victorioso.

 NARRABA SUS EPISODIOS AL DETALLE

¿No le contaba el Almirante cuando regresaba de sus correrías algunos detalles de ellas?

-Sí, con minuciosidad.

¿Le relató el combate con la «Esmeralda»?

-Me refirió todo el episodio de esa refriega desde que ambas naves se pusieron a la vista hasta que, espolonada, se hundió en el abismo la «Esmeralda».

¿Qué dijo de Prat?

-Que al verlo caer sobre la cubierta del «Huáscar» descendió presuroso de la torre de comando pero que en el entrevero de la lucha no pudo llegar a él con la presteza deseada y sólo tarde cuando uno de los tripulantes del barco acababa de victimarlo. Grau tomó la espada y algunas prendas de Prat y poco después junto con una carta las hizo poner en las manos de su viuda.

¿Conserva Ud. copia de esa carta?

-De la de Grau y de la contestación de aquella dama, señora Carmela Carbajal de Prat.

Pero ¿pudo el Almirante quedarse, a guisa de trofeo, con la espada del vencido?

-También pudo dejar sucumbir en el mar a los náufragos de la «Esmeralda» y si tal cosa no hizo y si devolvió aquella espada que le pertenecía fue porque a su noble corazón le repugnaba el mal y le atraía la generosa esplendidez.

¡Qué hombre aquel, señora!

-Admírese usted más. No sólo salvó a los náufragos y cubrió sus cuerpos desnudos. También los recomendó a su amigo Aza que fue quien recibió a los vencidos cuando se los internó en la sierra.

¿Quisiera usted permitir a «Mundial» publicar aquellas cartas?

¡Oh! Sí. Con el mayor placer.

Sus manos delgadas y breves envuelven ambos documentos y los ponen en las mías.

De pie me despido y al franquear la puerta del dorado salón, reparo, en uno de sus ángulos, un soberbio retrato del Almirante que ocupa casi todo el alto de la pared.

Al verlo, pregunto:

¿Es bueno por el parecido, ya que no por la calidad que se proclama sola, este retrato?

-Es Miguel tal como era.

-Pero este retrato lo muestra con las insignias de Almirante.

-Fueron cosas del pintor porque Grau no se vistió nunca así.

Fin de la entrevista.

En el umbral la despedida se consuma. En la casa queda la ilustre dama rodeada de la amorosa memoria del héroe.

“Yo en la calle olvido el pasado y miro inquieto el presente y al ir camino de mi buhardilla periodística pienso con dolor, con angustia, con ira mal reprimida en que aún espera el Héroe de Angamos el monumento que dé fe de la gratitud de su pueblo, el monumento que tenga la grandeza correlativa a sus hazañas, el monumento que, perennizando la memoria del estupendo marino, exalte a la raza en cuyos senos bebió la vida”.

 Almirante Miguel Grau ¡Vales un Perú!

¡Gloria Siempre Gran Almirante!

¡El Peruano de todos los Milenios!

Tenía 45 años y tres meses de edad

¡Esta es tu Tierra Almirante!

¡Nuestra Tierra!

 ¡Nuestro Santo Suelo Peruano!

sábado, octubre 12, 2019

LA HISTORIA NO TAN CONOCIDA DE UN GRAN HEROE PERUANO





Enrique Sixto Palacios de Mendiburu pudo ser, al igual que Alfonso Ugarte o Ramón Zavala, lo que el argot peruano denomina “pituco” ("gomelo" en colombiano) es decir el niño bien, de clase acomodada, que da muestras de su estatus en su vestimenta, aspecto exterior y conducta.
Por su portentoso físico, pudo ser también un don Juan empedernido.
En realidad no fue ni lo uno ni lo otro. Todo lo contrario, fue hombre sensible, humilde en su conducta, disciplinado en sus objetivos y un convencido patriota, al extremo que se enroló desde muy joven en la Marina de Guerra del Perú.
Tenía sólo 14 años cuando en febrero de 1866 enfrentó a la escuadra española en el combate naval de Abtao y siguió una destacada carrera naval que se vio interrumpida en 1870 cuando solicitó su pase a la situación de disponibilidad para dedicarse a actividades privadas, donde logró amasar una pequeña fortuna.
Sin embargo, en abril de 1879, al estallar la guerra con Chile, pidió ser reincorporado al servicio activo. Una vez readmitido, renunció al salario que le correspondía como oficial y comprometió 100 soles de oro mensuales de su propio peculio -una cantidad cuantiosa para aquella época- para contribuir a los gastos de la unidad a la que se le asignó.
A bordo del blindado Independencia, participó en el combate naval de Punta Gruesa. Luego pasó al Huáscar, donde permaneció hasta el 8 de octubre, día del combate naval de Angamos que enfrentó a los acorazados chilenos “Cochrane” y “Blanco Encalada” con el blindado peruano “Huáscar.
Mucho se ha escrito y hablado del citado combate y del heroísmo de sus oficiales y tripulantes. Muerto el almirante Grau sin embargo, diversos testimonios dan cuenta que, sin desmedro de otros, de lejos el oficial que demostró mayor arrojo y valentía fue Palacios.
Y esa, es la historia no tan conocida a que he de referirme.
En febrero de 1880, cinco meses después del combate de Angamos, el doctor Rodolfo Serrano, segundo cirujano a bordo del acorazado chileno “Cochrane”, recibió una carta del ex legislador e historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, quien se encontraba recopilando información para el libro que estaba preparando sobre la Guerra del Pacífico, el cual saldría a luz una vez concluido el conflicto.
Vicuña Mackenna deseaba corroborar cuan ciertos eran los relatos que circulaban entre los marineros peruanos y chilenos que se enfrentaron en Angamos sobre la increíble valentía exhibida por el teniente Enrique Palacios.
Vicuña Mackenna recurrió a Serrano por haber sido aquel no sólo testigo presencial del combate, sino por haber atendido a Palacios en sus últimos días de vida.
El 19 de marzo, el doctor envió su respuesta, algunos de cuyos párrafos procedo a reproducir:
“Distinguido señor:
“Paso a cumplir el encargo que me hizo sobre los detalles de la muerte del teniente Palacios del Huáscar peruano.
“Como actor del memorable hecho del 8 de octubre, puedo garantizar a Ud. que todos los datos que ésta contiene han sido vistos por mí u oídos en el momento mismo del combate sin comentarios ni tiempo para que se metamorfoseasen.
“Como es público y efectivo, Grau murió en la fase inicial del combate por una bala del Cochrane que pegó en el Huáscar; bala que penetró en la torre del comandante no dejando de él más que un pedazo de pierna, sus dientes, que se encontraron en las ventanillas de la torre, y un pañuelo lacré de seda que usaba el día del combate.
“Un antiguo guardián del Cochrane, apellidado Brito, fue el primero que dio con aquellos restos, que por declaraciones de Garezón y Távara se supo que eran de Grau.
“Muerto el almirante le sucedieron en el mando Aguirre, Ferré y Rodríguez que no tuvieron tiempo de dar mayores ordenes, pues no duraron treinta minutos vivos.
“Cupo al teniente segundo Enrique Palacios la gloria de gobernar el buque en todas sus partes hasta el momento de quedar fuera de combate, momento también en que el buque se capturó.
“Puedo asegurar a Ud. que el bravo Palacios fue el alma del buque después de muertos sus tres primeros jefes, es decir, casi durante todo el combate.
“Encargado de tomar las distancias, su puesto era la torre de baterías, desde ahí gobernaba el buque, dando ejemplo a los demás por su serenidad.
“Una bala de a 300 penetra y revienta en la dicha torre: Palacios es herido con una herida profunda de 11 centímetros de longitud. Es llevado a la sala de cirugía a donde mal y ligero le lavan y amarran la cara. Con esta herida hubo una fuerte hemorragia que casi lo dejó privado del conocimiento. Sin embargo, vuelve a la torre, a su puesto, sigue dando órdenes y tomando distancias.
“Otra bala penetra en la torre, revienta a sus pies, en cuya planta, es herido con un casco de granada de libra y media de peso; al mismo tiempo es herido en el hombro izquierdo y derecho y carpo derecho: el fogonazo quema su barba y manos. Desesperado, sube por las troneras a la cubierta de la torre, desde ahí descarga su revólver al Cochrane que estaba como a 200 metros: algunos oficiales de éste que lo vieron creyeron que peroraba a la tripulación.
“En esta posición fue herido por tres balas de rifle, en el muslo izquierdo y derecho y brazo izquierdo. Fatigado y sin fuerzas por la gran pérdida de sangre, viendo el buque sin gobierno y sin orden, puso el cañón de su revólver en su sien derecha y dio dos veces movimiento al gatillo, más la nuez había caído y el gatillo pegó en los alvéolos vacíos.
“Según me decía en su lecho, ya moribundo, llamó a un marinero de la torre y mandó decir al primer ingeniero que abriera las válvulas. Este fue su último hecho, pues ya había caído y perdido por el momento el conocimiento.
“Traído a la sala del cirujano del Cochrane, al extraerle yo el revólver del bolsillo me dijo: "Entiendo que Ud. ha de ser tan caballero que me dé mi revólver para darme un balazo en caso de que mis heridas sean mortales".
“No creí encontrar en un peruano una organización tan fuerte ni tanta fuerza de voluntad; mientras mi ayudante le hacía puntos de sutura en la herida de la cara, yo le extraía el enorme casco de granada del pie, mediante fuertes tracciones, pues estaba completamente incrustado. Esto lo hacía sin ningún anestésico, porque no era posible en esos momentos, sin embargo Palacios soportaba todo esto con la mayor serenidad.
“Atendido con el mayor esmero en la segunda cámara del buque que graciosamente le cedió el capitán Gaona, se mostró siempre con un carácter reservado y triste y a nadie daba tertulia.
“Al llegar a Antofagasta, ver al Huáscar que pasaba por el costado del Cochrane, (esto lo vio desde su cama) sentir el bullicio y la canción chilena, no pudo resistir la emoción, lloró.
“En ese momento le curaba y conocí que ese hombre sufrió como un verdadero patriota.
“Cuando hablaba con Diez Canseco o Távara solo ensalzaban a Palacios.
“No he tratado de hacer la apología del teniente Enrique Palacios, pero si estas líneas tienen por objeto dejar constancia ante Ud. que las ha de trasmitir a la posteridad el valor de las acciones de un joven que los peruanos no han sabido apreciar entre la de los demás oficiales del Huáscar.
“Le saluda su amigo y servidor,
Rodolfo Serrano”

Quisiera destacar que durante el combate, Palacios recibiría un total de trece heridas en el cuerpo algunas de ellas mientras volvía a izar la bandera peruana en el mástil del Huáscar luego que esta fuera derribada por efecto del fuego adversario.
Luego de una gran agonía falleció el 22 de octubre, a los 29 años de edad.
Devueltos sus restos por la armada chilena, estos llegaron al Callao el día 28 de ese mes y las autoridades y el pueblo le rindieron un emotivo homenaje.
El poeta Domingo de Vivero le dedicó un poema, llamándole “cuerpo de niño y alma de coloso”.
Sus restos reposan en la Cripta de los Héroes de la Guerra de 1879.

Autor: Juan del Campo Rodriguez.